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viernes, 1 de abril de 2011

Un buen momento con tráfico y calor

Hoy aprendí algo. No soy de los que pasan la vida diciendo que el mundo es bueno, de los que engrandecen una acción individual para sentirse esperanzados acerca de la bondad de los humanos. Tampoco me siento una persona ejemplar, ni mucho menos, como para juzgar buenas o malas acciones de los demás. De hecho, sólo me fijo en algo cuando me llama la atención. Hoy sucedió eso. Dejando claro que no tengo ninguna intención de encontrar héroes o figuras, contaré algo que me tocó ver.

Me encontraba manejando sobre una avenida repleta de coches, con un insoportable calor, con dirección a mi casa. Acababa de ir a comer con amigos. Estaba repleto, tanto de alimentos como de calor y de autos. Avanzaba muy lento, veía muy lejos mi casa, me empezaba a hartar mi música, situación muy probablemente causada por los factores antes definidos, pues mi lista de canciones se llama "Mis éxitos", por lo tanto, no hay mucha lógica en que pueda molestarme esa serie de canciones. En fin, entre descuidados conductores y el excesivo número de personas con carro, esos más de 15 minutos habían sido realmente terribles.

Siguió pasando el tiempo, tal vez 15 minutos más. En la pequeña ciudad en donde vivo, estar media hora en una misma avenida es señal de un tráfico incontrolable. Pues así era. Sin embargo, por fin me iba acercando a mi casa, tal vez harían falta otros 15 minutos, pero sin duda, ya había pasado la mitad del tiempo que tardaría. Me encontraba en un semáforo, los conductores no dejaban de pitar por cada distracción de otros. A mi no me gusta pitar, de hecho no me gusta el ruido, a menos que sea de la televisión cuando duermo por la tarde. En la noche tampoco me gusta ese ruido, sólo en la tarde.

De repente, en el antepenúltimo semáforo antes de llegar a mi destino, o tal vez un poco más, pero no me sé la palabra que describe a lo que va antes del antepenúltimo, esa serie de pitidos comenzó a ser mucho más persistente. Era un concierto de claxons, de todos los tipos, desde el chillón hasta el más grave, con musiquita como de reversa o con un simple "pum". Definitivamente estaban de acuerdo en algo, es decir, le pitaban a alguien o algo en especial. Cabe mencionar que delante de mi, venían unos militares en su transporte que es como una fusión entre camioneta y tanque. Me preocupé, pues pensé que se iban a a poner a lanzar balazos, como suelen hacerlo, pero no fue así. La causa de ese tremendo festival de pitidos, era un taxi (que raro) que se había parado casi a media calle de un carril que tenía el "siga" en el semáforo.

A mi no me afectaba que se parara ahí, yo estaba en otro carril que no podía avanzar, pero no puedo negar que el ruido me había desesperado. No iba a contribuir, pero claramente vinieron a mi mente una gran cantidad de insultos que no salieron de mi cabeza pero que la llenaron. No podía alcanzar a ver que era lo que lo había hecho detenerse de forma tan inoportuna, ni me importaba mucho, pensé que seguramente estaba recogiendo o dejando a alguien, total, ellos siempre se paran donde quieren. En ese instante, la luz verde en el semáforo que a mi me interesaba, prendió, por lo tanto, comencé a avanzar. Esto hizo que me acercara al taxi en cuestión, pues seguía ahí parado, y los demás seguían pitando. Por fin logré ve porque estaba ahí a media calle. No había conductor. Pensé en la irresponsabilidad del señor que manejaba ese taxi, justo en ese momento, giré un poco más mi cabeza y vi que la realidad es que alguien se estaba bajando del taxi, lentamente y con ayuda de otra persona. Era un anciano, de unos 90 años fácil. Con mucha dificultad para caminar, aún ayudado por su bastón. Un señor, de unos 50 años, lo ayudaba a bajar, al ritmo que el señor podía.

Por fin terminó, debido al mencionado tráfico pude ver toda la escena, tampoco es que durara 20 minutos, pero sí unos 4. Que para los otros conductores "afectados" parecían ser vitales. El punto es que el anciano bajó totalmente del taxi, casi cargado por el otro señor, lo llevó hasta una parte más segura de la banqueta, cerró la puerta del taxi, rodeó el mismo y se subió. En efecto, era el taxista. No respondió a ninguna ofensa, pues muchos, a pesar de que veían la situación, lanzaban toda clase de insultos al conductor. Simplemente arrancó, no dijo una palabra y se fue.

Y sí, suena un poco mamón, pero hoy aprendí. Puedes ser taxista, sin despreciar pero asumiendo que una buena cantidad de ellos suelen ser un poco cafres, y aún así puedes ser diferente. Puedes hacer las cosas bien o mal, pero no por ello serás bueno o malo. No importa si tienes un mercedes muy bonito, como el que estaba a tres autos del taxi, porque igual puedes no tener educación y no dejar de insultar a alguien que deberías admirar. No importa lo que seas, pero puedes hacer cosas que ayuden a los demás, simplemente respetando y sabiendo que aún cuando somos un tanto insignificantes en un mundo tan diverso, tenemos cierta responsabilidad que a la vez nos puede traer felicidad. Porque estoy seguro, que al momento de preocuparse por ese anciano, a pesar de recibir esa variedad de insultos, ese taxista se fue con una sonrisa, física o sentimental, gracias a que ayudó a alguien que lo necesitaba.

No es un sermón, porque ni sé darlos ni me interesa saber. Tampoco es una lección, ni un ejemplo. Mucho menos soy un gran escritor que busca establecer una corriente ética. Es una simple historia que me llamó la atención y que quise compartir. Una de muchas, tanto buenas como malas, que te toca vivir en cualquier lado al que vas. Eso es todo.

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